Todos están preocupadísimos por la tormenta que se avecina desde el sur, pero, en esta parte de Nueva York, no se siente tal desesperación. El dia, asoleado, me permite turistear por el Rockefeller Center…
En lo personal me vendria bien un poco de tiempo encerrado en casa, los cambios de clima causados por entrar y salir de lugares acondicionados me han causado tremendas gripas. Caminar el mundo entero me ha bajado las defensas y ha hecho de mi cuerpo un festín para las bacterias cosmopolitas que habitan la ciudad.
Y es que como he descubierto caminando, Manhattan es relativamente pequeña, uno puede atravesar la isla en algunas horas.El metro es por mucho la mejor manera de moverse por la ciudad ya que las bicis tienen carriles muy mal delimitados y todavía no existe un sistema como el de la Ecobici de La Ciudad de México que permita mayor movilidad.
Sin embargo, las banquetas son bastante amplias para un patín del diablo (eso sí, uno bien masculino y bien equipado). Al cabo de dos días me compré uno “todo terreno” y ahora me ando echando 20 a 30 cuadras en putiza zumbando entre businessman, chinos,artistas, turcos, judíos y demás..
El aire de la ciudad es pegajoso y sucio en el verano y los turistas no paran de atiborrar todos los lugares “importantes”, como si nada catastrófico estuviera pasando dentro o cerca de la metrópoli. Como si un huracán no se estuviera acercando a la ciudad.
Sin embargo,a lo lejos, se escucha el murmullo de feroces tormentas (naturales y financieras). Ojalá que llueva fuerte y que el agua torrencial borre los recuerdos colectivos mundiales de aquellos altibajos causados por la bolsa de valores, el narcotráfico, los terremotos y otras cosas más.
Ojalá…